Ayer
me fui a pasear palmito a Torrevieja con mis padres. La Concejalía
de la Tercera Edad (sic) reconocía a los matrimonios que llevaran
más de medio siglo casados sin precisar si enamorados también. Mis
progenitores tienen la manía de sentarse atrás aunque no haya nadie
en el asiento del copiloto, así que durante el recorrido pude
observarlos enmarcados en el espejo retrovisor: mi madre iba
maravillosa con un tocado a lo Billy Holliday y mi padre iba con el
botón de la camisa desabrochado a la espera de llegar al evento y
anudarse la corbata. Desconecté al canal auditivo (se reprochaban
que la Viruta, perra anciana y compañera de ambos, se hubiera comido
una rueda de churros con chocolate sin dar la vuelta prescriptiva al
barrio) y me dejé llevar por la vista del mar camino de Torrevieja,
intentando avistar un meteoroide o, en su defecto, un meteorito de
esos que están cayendo por los Urales. Nada. Mi padre me pegó una
colleja (tengo 40 años) porque no le había contestado a la pregunta
de si había que bailar en la recogida de premios. A él le encanta;
a mi madre no, claro.
He
de reconocer que me vi reflejada en las hijas acompañantes de padres
enamorados: todas éramos modernas y más o menos estilizadas a golpe
de dieta Dukan, spining y barritas de chocolate escamoteadas al bolso
de Adolfo Domínguez. Clónicas, como nuestros papás y mamás,
vestidos para la ocasión con colores chillones ellas y con trajes de
corte trasnochado ellos. Ningún hijo, sólo uno bastante mariquita
que estuvo todo el tiempo arreglándole a la madre el vestido. Me
desencanté de que ninguna de las hijas tuviéramos el arrojo de
comentarnos algo. Me acerqué a una ninfa neumática y rubia para
bromear sobre el vestido de su madre que era como el de la mía: “A tu
madre le queda mejor”, le dije. “Mi madre no es una gorda”, me
contestó. Me retiré dolida porque creo que la señora se llevaba
con mi madre tan sólo 200 gramos de diferencia por abajo.
Llegó
el alcalde y la concejala. Atril, palabritas emotivas (Platón, la
vida como camino, la fogosidad inicial convertida en cariño –y una
mierda– y los frutos de ese amor que ahora estábamos allí,
haciendo de esa fiesta un momento mágico). Blablablá. Pasaron por
el escenario: ramo de flores y unos gemelos de alpaca con el
escudo de Torrevieja. Picoteo, baile (mi padre le entró a
todas las viejas con maridos prostáticos sentados en sillas) y
final.
Vuelta
a casa con mi padre roncando y mi madre diciéndome que la señora
que llevaba su mismo vestido estaba más gordita que ella. No dije
nada. Me sumergí en lo más profundo de mi cerebro para bucear entre
los corales de mis ideas sobre el amor. Después de una vida de
semisolterona (de la que me ha sacado algunos besugos
malintencionados, inspiradores de mis más sucios deseos de venganza)
me veo trajinando a mis padres para que reciban de manos de unos
politicuchos locales un ramo de flores y unos gemelos de alpaca.
Flores y alpaca, sospecho que eso es el amor en sus inicios y en sus
finales. En fin, que si mezclamos
cobre, níquel y cinc obtendremos la fórmula de los finales cansinos
y de lo que sólo los políticos de Torreviaja homenajean aún. Por
cierto, antes de irnos, los metieron a todos en una sala (sin sus
hijas) para intentar venderles una máquina de ozono. Estoy mirando
la caja apoyada en el suelo del salón de casa (sí, vivo con ellos)
y me resulta desasosegante. Ya les contaré.
Yo estuve también en ese encuentro maravilloso y no me siento reflejada en lo que cuentas, Mariluz. En primer lugar lo del ozono no era obligatorio, y en cualquier caso tampoco viene mal tener un aparato de esos, sirve para un montón de cosas, y a nuestros padres se lo explicaron con detalle. Los míos, por ejemplo, han puesto encima una maceta con una polisentia que embellece bastante. Es muy fácil criticar, Mariluz, y comprendo que las cosas pueden mejorarse, pero en nuestra Concejalía de la Tercera Edad están haciendo grandes cosas con nuestros mayores. Celebrar el matrimonio duradero no es asunto baladí; las juventudes hoy día tienden a despreciar cualquier cosa que no sea desechable, y a los valores hay que darle valor, perdona si me repito y no me expreso tan bien como tú. En fin, que se te ve sincera y preocupada por el asunto desde la perspectiva metafísica (¡vive dios!), pero quería aportar mi punto de vista de alicantina de pro con padres duraderos en matrimonio duradero, más allá del amor, que en eso no me meto ni creo que nadie deba meterse.
ResponderEliminarMe lo he pasado bomba leyendo el suceso. Cuando yo era pequeña resulté finalista en un par de ocasiones en un concurso de dibujos infantiles que organizaba el colegio. Los premios los daban en un hotel donde intentaban venderte una enciclopedia infantil. Al menos tus padres cumplían el requisito de verdad, porque yo siempre he dibujado terriblemente mal...
ResponderEliminarUn saludo
Dejas roto mi corazón, Mariluz, cuando leo en los comentarios de un excelso blog tus exagerados elogios a un muchachito de nombre llamativo y prosa madura. Lo agasajas con oscuras referencias a la horchata, y no puedes ni imaginar siquiera cuánto sufro. Mariluz, Mariluz, tú no tendrías por qué ir con tus padres a un evento tan sórdido y casposo... tú y yo podríamos entregarnos al lujurioso desenfreno de la juventud, mientras tus padres hacen lo propio en las calmadas aguas de la costumbre. Mariluz, Mariluz, no te dejes cegar por las artimañas eróticas de ciertos críticos literarios bien dotados para el ejercicio de su profesión, pero probablemente impedidos para el de otras.
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